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Cada vez es más común escuchar que se está usando reconocimiento facial para entrar a edificios, abrir el celular, verificar identidades, incluso para llevar control en escuelas o jardines infantiles. Y ahí aparece una duda muy concreta: ¿desde qué edad se puede reconocer el rostro de una persona con este tipo de tecnología? 

No es una pregunta técnica. Es una preocupación real, sobre todo si hablamos de niños. ¿Funciona el sistema en menores? ¿Es confiable? ¿Está bien usarlo? ¿Es seguro hacerlo? Todo eso vamos a revisarlo con calma. Sin vueltas, sin lenguaje enredado, y desde lo que de verdad pasa en la práctica. 

¿Desde qué edad el sistema puede distinguir un rostro? 

El reconocimiento facial funciona detectando ciertos puntos del rostro: ojos, nariz, boca, pómulos, distancia entre rasgos. Con eso crea un “patrón digital” único para cada persona. Eso en adultos funciona muy bien, porque nuestro rostro cambia poco con el tiempo. Pero en niños es otra historia. 

En términos simples, el rostro de un niño no está terminado. Cambia muy rápido: crece, afina, se ensancha, los dientes cambian, los ojos se alejan más entre sí… y eso afecta directamente la capacidad de los sistemas para reconocerlos. 

Recién a partir de los 12 o 13 años se empieza a notar una cierta estabilidad facial. A esa edad, muchos sistemas ya funcionan mejor. Antes de eso, pueden fallar más seguido. ¿Eso significa que no se puede usar con niños pequeños? No exactamente. Pero hay que tener claro que el margen de error será mayor. 

¿Cómo se comporta el sistema de reconocimiento facial con niños chicos? 

A los adultos, si les pedís que miren a una cámara y no se muevan, lo hacen. Pero con un niño de 5 años eso no es tan fácil. Se mueve, se distrae, hace gestos, mira a otro lado. Y ahí ya el sistema empieza a tener problemas. 

Además, muchos sistemas están entrenados con bases de datos de adultos. O sea, nunca aprendieron bien cómo se ve un rostro infantil. Y eso influye. Porque si no reconoce bien el tipo de rostro, no puede comparar ni verificar con precisión. 

En la práctica, algunos sistemas sí logran reconocer niños de 6 o 7 años, pero eso requiere una calibración constante. No es como con un adulto que lo registrás una vez y listo. En los niños, hay que volver a escanear cada pocos meses porque los rasgos cambian. Y si no lo hacés, el sistema falla. 

¿Qué dicen las pruebas y estudios? 

En el mundo académico ya se ha probado esto. Por ejemplo, hay investigaciones que comparan cómo funcionan estos sistemas en adultos y en niños. Y los resultados siempre van por el mismo lado: con menores hay más errores. 

Un estudio del MIT mostró que los sistemas más usados tenían hasta un 60% más de fallas con niños. Otro análisis, hecho por investigadores biométricos en EE. UU., demostró que entre los 6 y los 11 años, los cambios en el rostro son tan fuertes que el patrón biométrico pierde precisión muy rápido. 

Incluso con escaneos frecuentes, el sistema se “confunde” cuando un niño crece de golpe, cambia su expresión o simplemente afina su cara. Por eso, si se usa con chicos chicos, hay que asumir que no va a ser 100% confiable. 

¿El problema es que cambia el rostro o que el sistema no lo entiende? 

Son las dos cosas. 

Por un lado, el rostro cambia. Y eso es natural. No se puede evitar. Crecer es eso: modificar el cuerpo y también la cara. La nariz crece, los ojos se separan más, la mandíbula se ensancha. Incluso con solo seis meses de diferencia, un niño puede tener un rostro distinto al que registró el sistema. 

Y por otro lado, muchos sistemas están pensados para adultos. Es decir, fueron entrenados con miles de fotos de personas mayores. Entonces, cuando se enfrentan a una cara más redonda, con rasgos más suaves, se confunden. No saben cómo leerla. No tienen la información necesaria para identificar correctamente ese tipo de rostro. 

Así que sí: los rostros cambian y los sistemas no están preparados. Por eso, usar reconocimiento facial con niños menores de 10 años es, en el mejor de los casos, una herramienta limitada. 

¿Qué diferencias hay entre un rostro adulto y uno infantil? 

Muchas. Y todas importantes. 

Un adulto tiene rasgos definidos. Es decir, su cara ya no va a cambiar mucho en cinco años. En cambio, el rostro de un niño es una obra en construcción. No hay líneas marcadas, los pómulos no están desarrollados, la nariz cambia mucho, los dientes aparecen y desaparecen, y todo eso hace que sea más difícil de “leer”. 

Además, un adulto coopera. Mira a la cámara, se queda quieto, entiende que hay que cumplir con el procedimiento. Un niño, en cambio, es impredecible. Y eso también afecta la precisión del sistema. 

Por último, la proporción de la cara en relación con el resto del cuerpo también cambia. Un niño tiene la cabeza más grande en comparación a su cuerpo. Esa diferencia puede parecer menor, pero para una máquina que mide todo con exactitud, es un factor que complica el trabajo. 

¿Está bien usar esta tecnología reconocimiento facial con menores? 

Acá entramos en un tema más delicado. Porque una cosa es lo técnico, y otra lo ético y legal. 

Los menores de edad no pueden dar su consentimiento real. No saben si quieren que les escaneen el rostro, no entienden qué se hace con esa información, ni pueden decidir si están de acuerdo. 

Entonces, cuando se usa esta tecnología en ambientes con niños (escuelas, jardines, clubes), la responsabilidad es total de los adultos. Y eso incluye no solo a los padres, sino también a los directivos, administradores y técnicos que manejan el sistema. 

Algunos puntos a considerar: 

  • ¿Quién guarda la información del rostro del menor? 
  • ¿Cuánto tiempo se almacena? 
  • ¿Qué medidas de seguridad existen para evitar filtraciones? 
  • ¿Se informó correctamente a los apoderados? 

¿Qué pasa si hay un error y el niño no es reconocido o es confundido con otro? 

Todo eso tiene que estar resuelto antes de instalar cualquier sistema. Porque estamos hablando de datos biométricos de personas que no pueden defenderse solas. 

¿Qué otras opciones hay para identificar a menores? 

El reconocimiento facial no es la única forma de verificar identidades. Y en el caso de los niños, hay otras alternativas más simples, más económicas y menos invasivas. 

Por ejemplo: 

  • Códigos QR personalizados: que usan los padres o personas autorizadas. Se escanean al momento de retirar al menor. No se necesita escanear al niño. 
  • Tarjetas RFID o pulseras electrónicas: ideales para jardines infantiles. Cada niño tiene una pulsera asociada a su ficha, y el registro se hace al entrar o salir. 
  • Identificación del adulto responsable: en vez de identificar al niño, se verifica quién lo lleva o quién lo retira. Puede ser con huella digital, QR o rostro del adulto. 

Sistemas de registro manual con respaldo digital: no siempre se necesita tecnología de punta. Un registro bien hecho, combinado con alertas o validaciones en línea, puede ser más que suficiente. 

Estas soluciones evitan escanear el rostro del menor directamente y permiten llevar un buen control sin vulnerar derechos ni exponer datos sensibles. 

¿Sirve entonces usar reconocimiento facial en una escuela o jardín? 

Depende. Si es una escuela con alumnos mayores de 13 años, que ya tienen el rostro más definido, podría usarse con ciertos resguardos. Pero si se trata de niños de 5, 6 u 8 años, no es lo más recomendable. 

Por un lado, el sistema puede fallar. Y por otro, existen muchas implicancias legales y éticas que deben analizarse con cuidado. Además, hay opciones igual de efectivas que no requieren escanear la cara del niño. 

Si el objetivo es tener seguridad y control, se puede lograr con otros métodos. El reconocimiento facial no es malo, pero no siempre es lo que se necesita. En entornos con menores, es mejor usar herramientas que se adapten a su edad, a su comportamiento y a sus necesidades. 

¿a qué edad puede un rostro ser reconocido por un sistema?

Técnicamente, desde los 6 o 7 años podría empezar a funcionar, pero con muchas limitaciones. Recién cerca de los 12 años, cuando la cara empieza a estabilizarse, los sistemas logran buenos resultados. 

¿Se puede usar en niños más chicos? Sí, pero no es confiable. Y además, abre preguntas difíciles sobre privacidad y consentimiento. Por eso, antes de implementar este tipo de tecnología, como el reconocimiento facial, hay que pensar en serio si vale la pena, si es segura, y si realmente se adapta a quienes se quiere proteger. 

En algunos casos, menos tecnología es mejor. O al menos, una tecnología mejor elegida. 

¿Estás buscando implementar sistemas de acceso o identificación para espacios con menores? 

En Federal Access trabajamos con soluciones pensadas para entornos reales: jardines, escuelas, clínicas, actividades recreativas y más, podemos ayudarte a encontrar la herramienta correcta sin comprometer la seguridad ni la privacidad de los más chicos. 

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